Los talibanes viven entre nosotros

Ignacio Miró Orozco, Fester.

Cuando uno ve en la televisión escenas como la destrucción de los Budas de Bamiyan en Afganistán, el Teatro Romano de Bosra o las joyas arquitectónicas de Palmira en Siria siempre piensa lo enormemente afortunados que somos habiendo nacido donde lo hemos hecho y en el momento en el que lo hemos hecho. Porque no nos engañemos, somos unos afortunados viviendo en occidente. Más afortunados todavía habiendo nacido en un país mediterráneo que goza de un clima que envidian muchos alemanes, daneses o belgas. Y afortunados entre los afortunados viviendo, ahora, en una época en la que disfrutamos de un sistema político que, con todos sus defectos, nos está proporcionado un periodo de libertad, paz y estabilidad que ya hubieran querido para sí muchos de nuestros compatriotas en el pasado.

Uno llega a pensar, especialmente como padre, que menos mal que vivimos en esta sociedad alejada de tantos radicalismos porque aquí puedo criar a mis hijas en un clima de mismas oportunidades. Porque si todos somos afortunados, mis hijas y todas las niñas de su edad lo son más. Sólo hay que pensar las tremendas desigualdades que las mujeres sufren en otros países y sociedades donde se limita su educación, o donde el simple hecho de poder conducir un coche les está vedado sin el permiso previo de su padre o esposo. Muchas veces, y es lo más paradójico del tema, las manifestaciones en defensa de esas costumbres ancestrales vienen encabezadas por mujeres criadas y adoctrinadas en su supuesta inferioridad y que no entienden como otras mujeres quieren igualar sus derechos a los de los hombres ¡a dónde vamos a llegar! pensara alguna.

Uno podría llegar a pensar, y es lo que tienen las comparaciones, que estamos libres de esas barbaridades culturales o esos tremendos actos de injusticia social que sufren millones y millones de personas a diario y en especial las mujeres. Pero no nos engañemos, en nuestra sociedad vivimos rodeados de otros talibanes o fundamentalistas que en lo más profundo de su ser tienen todavía encendida la llama de la desigualdad, y lo que es peor, muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que la tienen encendida hasta que les acercas material combustible. Son personas como tú y como yo. A diferencia de lo que ves por la televisión no los puedes distinguir del resto de personas por sus barbas, sus vestidos o porque lleven banderas negras. Trabajan y desayunan contigo. Te ríes y compartes tu vida con ellos porque son tus amigos. No se les ve pero están ahí. Y sólo se manifiestan allí donde las actuaciones de la sociedad lo requieran porque para eso se supone que son los garantes de la historia y las buenas costumbres.

Los “talibanes de la fiesta”, como se les conoce en el mundillo festero, son un caso particular de estos individuos que vestidos con sus togas divinas, se encargan de mantener la pureza de la fiesta de Moros y Cristianos en Alcoy frente a aquellos involucionistas que desde hace años pretenden que la mujer se incorpore con los mismos derechos que los hombres a la fiesta. Como inteligencia no les falta y conscientes de que a largo plazo tienen la batalla perdida, se centran en retrasar lo máximo posible esta incorporación poniendo tantas piedrecitas en el camino como sean necesarias. Son esos que han conseguido que los padres alcoyanos no tengamos respuesta razonable para nuestras hijas cuando nos preguntan por qué sus compañeros de clase pueden ser glorieros y ellas no. Estos personajillos, aunque son minoría y están en franco retroceso, siguen estando presentes en toda la sociedad alcoyana.

Durante años controlaron los centros de poder de la fiesta y son los responsables de la situación vergonzosa que sufrimos actualmente. Ellos tenían muy claro cuál es el papel que según su concepción debían desempeñar las mujeres alcoyanas en la fiesta de Moros y Cristianos; tienen que lucirse, estar guapas, acompañar al fester en los actos y vestir trajes adoptados a estas funciones. Tienen que olvidarse de querer ser festers, ir al ensayo o la dinà de la Filà y menos aún hacer escuadras o disparar el día del Alardo, porque para eso está el fester de toda la vida (hombre por supuesto).

Pero hay un rayo de esperanza, la sociedad alcoyana está cambiando, incluso en la Asociación de San Jorge si tengo que hacer caso de un buen amigo que está dentro de ella. Me dice que la Asociación de ahora ya no es lo que era. Que aunque los “talibanes” existen allí como en cualquier otro estamento alcoyano ahora se respira un aire de renovación e integración. Espero que mi amigo tenga razón porque la sociedad alcoyana lo necesita.

 

 

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