De re alcoiana

Artículo de opinión de Bartolomé Sanz Albiñana, Doctor en Filología Inglesa.

Estímulo-respuesta. El día 14 de abril los ciudadanos de Alcoi tuvieron la ocasión de ver los buzones de correos de las calles con los colores republicanos. Esto es una simple anécdota simpática y desenfadada (o no tan simpática para quien tenga que volver a pintarlos del color del submarino beatle). La buena cuestión es que la ilusión óptica duró pocas horas. Estoy seguro de que las órdenes de volverlos al color original no surgieron del Ayuntamiento, institución que se rige por encorsetados plazos  burocráticos decimonónicos, de tal manera que cuando uno recibe una resolución suya ante un problema planteado —sea del ayuntamiento que fuere, quede esto claro—, ya no se acuerda del tema en cuestión. Esto no cambia aunque venga otra Revolución Francesa, pues la burocracia española tiene como signo distintivo que la diferencia de las demás europeas el “vuelva usted mañana, la semana que viene, el mes que viene, etc., hasta que usted no recuerde exactamente a qué venía”. Otro día les contaré un caso para que ustedes saquen sus propias conclusiones.

Obras, obras, obras. Si mi personaje shakesperiano predilecto, Hamlet, repetía “words, words, words” para escudarse de las amenazas y traiciones que lo acorralaban en Elsinor, aun siendo maestro de esgrima y experto en  semántica por la Universidad de Wittenberg, Alcoi, hasta las próximas elecciones, el lector va a asistir boquiabierto a un desfile de “obras, obras, obras”. O tal vez se lo debamos a la inminencia de las fiestas, en cuyo caso es una verdadera  lástima que no tengamos fiestas y elecciones más a menudo, ya que de este modo los ciudadanos tendrían la sensación de un pueblo en continua ebullición.

Pero Alcoi no es solo el espacio donde se recrea la fiesta por la que somos conocidos en medio mundo. También existe el Alcoi de los barrios de cuyos problemas no se acuerda ni Dios, ni tampoco la oposición. Así pues,  parece que, fuera de las murallas del casco medieval, los siervos de la gleba no pagan impuestos. Para el poder solo existe el castillo donde el soberano vive rodeado cortesanos que le rinden pleitesía. Pero a veces sucede que el pueblo toma el castillo, incruentamente, en las urnas y sorprende a propios y extraños.

Bibliotecas. Un suspenso sin opción a presentarse a septiembre para quien rige el destino último de las bibliotecas alcoyanas, que no es precisamente el director, quien debe de hacer milagros para abrir las puertas cada día sin sonrojarse. Ha sido una legislatura dejada de la mano de Dios: sin inversiones, sin animación lectora infantil in situ, sin novedades (libros, DVDs, CDs, información sobre actividades en el barrio, fotocopiadora para los usuarios, sin innovaciones tecnológicas, máquinas que gestionen el préstamo y devolución de libros, etc.  No les  desvelo el presupuesto dedicado a las bibliotecas alcoyanas porque se echarían las manos a la cabeza. La cultura continúa siendo algo secundario.

Y digo yo, ¿no es hora ya de que esta ciudad tenga una biblioteca como Dios manda y los ciudadanos se merecen, propia del siglo XXI? ¿Nuestros gobernantes se han acercado a ver la de Cocentaina? Estoy seguro de que la mitad no sabe ni dónde está. Afortunadamente existe algún ejemplo cercano que corrobora que las cosas pueden ser diferentes. ¿Es que no pagamos bastantes  impuestos para exigir una mejora de este servicio?

A veces se confunde biblioteca con un cajón de sastre donde todo cabe: un día cuando quieres ir allí a repasar  o hacer los deberes del cole porque en casa no se puede, resulta que, en la Zona Norte, te ambientan una tarde con chachachás y boleros; otro día, si por una de esas se te ocurre aislarte del mundo e ir allí a repasar  La crítica del juicio de Kant, lo más probable es que lo pierdas intentando concentrarte, porque es la tarde dedicada a la samba y  las sevillanas. Existe, en fin, una confusión tal acerca de la finalidad de los espacios que uno prefiere no cabrearse e  irse a Cocentaina.

Debe ser que el responsable máximo no ha entrado nunca en una biblioteca del siglo XXI. Y no hablemos de la dotación del  personal bibliotecario. Ya sé eso de los recortes, pero la cuestión es que en este país, y también en esta ciudad, se crean organismos, parques, jardines, etc., y después nadie se acuerda de que todo necesita un mantenimiento. El árbol, por muy bonito que sea, se seca si no se riega. Paso por lugares que en poco se diferencian de una selva.

Tengo más cosas que comentar (atraparlas  en el tiempo o ponerlas en el pentagrama, como prefieran), pero desde que he jubilado ando escaso de tiempo y, además, me acerco peligrosamente al límite de palabras que se considera decente ofrecer a los lectores en estos tiempos. Hasta la próxima entrega en que hablaré de los sindicatos, del genocidio armenio o de Giner de los Ríos. No, creo que hablaré de la fiebre de los centenarios. Sí, eso.

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